RELATO DE MARÍA I
María siempre supo que el amor era una quimera, un sueño, un desajuste químico, en definitiva, una perdida de tiempo. Así que, desde muy niña, mientras sus amigas entraban en la adolescencia pensando en Marcelo, Betito o Nicolás, ella aparcó sus instintos y puso todo su pensamiento en cumplir el deseo de su padre; tener una hija licenciada.
No eran tan pobres como para no poder sufragar los gastos de la Universidad de Comercio Internacional, pero tampoco sobraba el dinero. Así que no reprobó ni una, y acabó su carrera seis meses antes que sus compañeras. Todo sea dicho de paso, habiendo dejado de lado cualquier romanceo, y vida social, no le resultó tan difícil.
Tenía además buenas razones para ello. Su papá estaba enfermo de una grave afección pulmonar y ella quería estar segura de que su papá acudiera a la graduación.
El papá falleció dos meses antes de que María se graduara, al caer de una tarima que él mismo había armado, para pintar la casa y quitarle aquella cochambre que el intenso tráfico de Ciudad de Mexico impregnaba en las paredes y los rostros, y que su papá decía “les acabaría comiendo la piel”.
Si el amor era una quimera para María, la buena suerte era una ilusión. Siempre supo que no hay que confiar en ella, y por eso siempre se aseguraba las cosas más confiables y seguras. Trabajaba como directora regional de unos grandes almacenes, manejaba un coche japonés, tenía un seguro de vida de una compañía suiza, usaba un Iphone y usaba cosméticos Ootness. La vida ya era demasiado peligrosa para arriesgar en todo lo demás, se decía.
Con un metro setenta, una bonita melena oscura, unos ojos de color canela y su suave pero decidido tono de voz, María se manejaba con seguridad en la ciudad y en la selva de las oficinas de una multinacional que alimentaba hienas y víboras todas las quincenas. Nunca fue de hacer amigas, pero enemigas nunca le faltaron. Las personas fuertes, que saben estar solas, siempre levantan ampollas y envidias a su paso. María lo sabía y no le importaba. Había sido así desde que se concentró en sus estudios.
Como cada mañana, antes de salir, inicio su rutina diaria cuidando su cara con la crema de thanaka. Sin duda, uno de sus mayores descubrimientos. La vida es mejor cuando tu piel luce bien, se decía. Terminó perfilando discretamente sus labios y bajó al garaje convencida que el objetivo de ventas del mes era más alcanzable que nunca. Apenas un poco de motivación más al equipo, un par de ajustes por aquí y por allá, y ya lo tenía. Ahora sólo necesitaba llegar a tiempo a la reunión matutina para exponer sus ideas y que se ejecutaran sus planes.
Aquella llanta completamente chafada contra el piso parecía decir lo contrario. María era polivalente, no se arrugaba con nada y siempre fue muy independiente, pero ¿cambiar una llanta? Eso la superaba. Eso y planchar, por supuesto. No iba a saber hacer nunca ninguna de las dos cosas, aseguraba.
¡Un taxi! Pensó, y de una y con un brinco salía a la calle a través de la peatonal del parking, para irse a dar de narices contra algo o alguien que se cruzó en su camino.
La bolsa por el suelo, el maquillaje Ootness por un lado, las llaves y el celular por otro.
Cuando levantó la vista, un hombre en sus cuarenta, y con expresión de dolor, se sujetaba la nariz que empezaba a sangrar con fuerza.
¿Sera….? Pensó, y enseguida se dio cuenta que su codo había golpeado fuertemente la cara de aquel pobre hombre. Pelo castaño, piel sonrosada, hombros anchos, y un metro ochenta, por lo menos, calculó. Por la manera de vestir, tenía que ser extranjero, se convenció, y por la manera de sangrar, un niño bien. “Sólo los consentidos pueden ser tan flojos” se decía.
- Lo siento, lo siento…
Balbuceó, sin apenas mirarlo, mientras ponía el maquillaje Ootness y las llaves de nuevo dentro de la bolsa.
- Oh, lo siento, yo lo siento
Exclamó el hombre, con un tono nasal, mientras aún se sujetaba la nariz con un pañuelo.
Ella levantó la mirada. El pasó del sonrosado al rojo intenso en un segundo. El rubor se le subió a las mejillas y se le humedecieron los ojos mientras la observaba. María se sonrió. Ya había visto esa expresión antes en la cara de los hombres.
CONTINUARÁ
Una respuesta
Definitivamente éstos productos salvaron mi autoestima. Son una maravilla, gracias por existir y tod@s lo que lo hacen posible. Ahora ya no me maquillo tanto para cubrir mis imperfecciones, como ya tengo tiempo usando los productos mi cutis dió un giro de 360°. Solo con el polvo de thanaka es suficiente…(: